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Todo está escondido en la memoria

30 Jul 20 /

El hombre, entrado en años pero con una vitalidad que ya querrían para sí muchos veinteañeros, caminó con nosotros el trecho que separa la biblioteca de la FCD de la entrada a la "Playa de la Estación". Estábamos entrevistándolo para nuestro programa de historia oral. Durante todo el trayecto fuimos charlando de tiempos idos, de gente que ya no está, de sucesos que quedaron grabados únicamente en algún rincón de su cabeza ya cana, de cosas dichas y hechas, de aventuras y desventuras, y de recuerdos a veces borrosos, otras no tanto.

Pasito a paso, risa tras risa, nos acercamos a la playa, y a las construcciones que allí se levantan.

"Allí estaba mi casa", señaló.

Un par de días antes nos había mostrado una foto de "su casa". Era un cuadrilátero sencillo, con un techo más simple aún. Había sido "su lugar" durante algún tiempo, y él guardaba muy buenos recuerdos de aquel rincón en las Galápagos en el que se había guarecido y en el que, quiero suponer, había parido ideas y proyectos, había lidiado con fracasos y problemas, y había ido desarrollando sus investigaciones académicas y su trabajo de conservación. Pues el hombre de quién les hablo es uno de los grandes nombres de la ciencia en Galápagos, un activo y respetado miembro de la FCD, y una de las voces que han sobrevivido al paso de los años para seguir recordándonos, a los más jóvenes, de dónde venimos.

Básicamente porque si no conocemos nuestro pasado será difícil que entendamos en dónde estamos parados, o hacia dónde podemos dirigirnos.

"Allí, allí estaba mi casa", repitió, en un castellano teñido de acentos del norte. Y así era. En aquella explanada de piedra, en donde hoy se emplazan casas ajenas construidas mucho tiempo después, había estado ubicado su hogar. Pensamos que no quedaría ningún vestigio de aquellos tiempos. Nos equivocábamos. El hombre nos indicó que las dos enormes opuntias que aún clavan sus raíces en esa tierra áspera habían sido sus vecinas, sus compañeras de estadía.

Nos dirigimos a la más alta y añosa y junto a ella le tomamos una foto. Y cuando íbamos a hacer lo propio con la segunda, el hombre rió vivamente y apuntó a un pedrusco negro que asomaba a los pies de la planta, casi apoyado sobre su corteza parduzca y escamosa.

"¡Esa es mi muñeca!", exclamó.

Nos miramos, entre dubitativos y divertidos, pensando que la memoria le estaba jugando una mala pasada a nuestro acompañante. Aquella piedra semienterrada no era más que otro de los mil cascajos volcánicos que jalonan los alrededores de la Estación Darwin. El hombre nos miró, sonriente, quizás adivinando la duda en nuestras miradas, y se explicó.

En los viejos tiempos en los que él habitaba ese terrenito, había encontrado una enorme roca con forma femenina: un torso con cabeza, hombros y pechos bien marcados. La había apoyado contra la opuntia, que ya entonces se alzaba a la entrada de su casa, y allí la había mantenido. Era su "muñeca". Con el paso de los años, las obras de construcción de la calle que lleva desde Puerto Ayora a la Estación Darwin fueron arrojando escombros que terminaron cubriendo ese "busto", sin que nadie se percatara de ello.

Bastó jugar a los arqueólogos y apartar parte de esos escombros con el pie para descubrir, debajo de la cabeza, unos hombros. Y más abajo, el resto de la "muñeca". Nuestro interlocutor se carcajeó, complacido, y se tocó la sien, en una muda señal de que él sí recordaba aquello.

El hombre era Tjitte de Vries. Y su "muñeca" estuvo, está y seguirá estando allí, enterrada hasta el cuello, justo en la base de la opuntia que adorna la entrada de las primeras casas de la Estación Darwin.

Así funciona la memoria. A veces se agarra de los fragmentos más insospechados para revivir, a través de ellos, toda una época, toda una historia. A veces es caprichosa, y parece arrojarnos a la cara elementos que semejan irrelevantes, o simplemente anecdóticos. Pero no hay que descartarlos. Uno nunca sabe qué puede haber detrás de esos pequeños recuerdos.

Pues, como bien señala el cantautor argentino León Gieco en una de sus letras, "todo está escondido en la memoria / refugio de la vida y de la historia".

Penguinsquare
Andres Cruz

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