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Cartas de la biblioteca: Las manos de la dibujante

07 Sep 22 /
Autor: Edgardo Civallero, ex bibliotecario y archivero de la FCD

Hay historias que no están escritas.

Y, sin embargo, están ahí.

Sucede con frecuencia con las ilustraciones. Las memorias quedan ocultas bajo los trazos indecisos de un lápiz. Tras las capas tenues de acuarela que conforman las plumas de un ave o los pétalos de una flor. Debajo de los pequeños mordiscos llenos de tinta dejados por una plumilla.

Uno sostiene esos dibujos o esas pinturas años, décadas después, y es incapaz de encontrar esas historias ocultas, de leerlas. Solo ve el resultado final, que deslumbra: la composición, los tonos vivos o apagados, las luces y las sombras, los perfiles, los detalles…

Y la firma. Siempre la firma, generalmente abajo a la derecha, dejando constancia ―al menos― de que hubo alguien detrás de todo eso. A veces el nombre se reduce a una inicial: esa "A." que oculta si la persona fue un "Antonio" o una "Alejandra" ― o una "Alexandra", o una "Alessandra".

Sara Santacruz siempre firmó así. "Sara Santacruz". Y no son pocas las ilustraciones con esa rúbrica en la colección de arte del Archivo de la Fundación Charles Darwin. Generalmente son copias. O fotocopias. Las ilustraciones originales son raras. Las de Sara son dibujos a tinta: un trabajo lineal, cuidadoso, paciente. Sus temáticas son bien amplias, abarcando desde iguanas y cormoranes hasta opuntias, con todo el abanico de flora y fauna galapagueña entre esos dos extremos. Se dio el gusto, incluso, de realizar algunas ilustraciones humorísticas. Así se llama la carpeta en la que las encontré, al menos: "humor". Unas viñetas graciosas, pícaras, garrapateadas velozmente.

En su momento, todas esas imágenes aparecieron ilustrando libros, y artículos, e informes que pueblan los estantes de nuestra biblioteca. Sara Santacruz fue una de las ilustradoras más prolíficas de la historia de la ciencia en Galápagos. Su contribución fue enorme, valiosa, importante, y estéticamente interesante.

Y ya.

Para mí, el recolector profesional de memorias polvorientas, ahí se acababa el relato. Me sentía incapaz de rascar la superficie de esos papeles y mirar más allá.

Hasta que, en nuestra colección audiovisual, encontré una diapositiva que me lo permitió.

La fotografía fue tomada por Donald Sutherland en 1993 en la Estación Científica Charles Darwin, y está rotulada como "Sara Santacruz trabajando".

Ahora sé que Sara dibujaba sobre una mesa, en horizontal. Que utilizaba lápices de colores Faber Castell (asumo que cuando podía) y que les sacaba punta o con una cuchilla o con uno de esos tradicionales afiladores provistos de una cajita para recoger las virutas de madera. Que utilizaba diapositivas para preparar sus imágenes, y que observaba esas diapositivas a través de uno de esos viejos visores ya desaparecidos: esos que empleaban el sol como fuente de iluminación, y que solo conocimos los que convivimos con esos tipos de soportes. Que también coloreaba con acuarelas, y que realizaba varios ejemplares hasta quedar satisfecha con uno. Que escuchaba música mientras trabajaba, y que se expandía en la mesa hasta ocupar todo el espacio disponible.

Ahora tengo una historia. La historia detrás de los dibujos. Un pedacito de tiempo, un instante del pasado, un fragmento de vida concentrado en un papel.

La próxima vez que me cruce con una ilustración con la firma familiar y los trazos conocidos seré capaz de leer más allá de la imagen. Y podré ver las manos de la dibujante, y los lápices, y los casetes, y la tarde galapagueña filtrándose por las ventanas.

Penguinsquare
Andres Cruz

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